martes, septiembre 28

Aliado en la cocina.

Cuando llegue a Santiago procedente de París en 1957 ya estaba en casa, fue adquirido un año antes en los almacenes Sears de La Habana. Era hermoso, elegante, con una blancura que cegaba los ojos. Crecimos juntos y los años pasaron para ambos, me hice más alto que él pero mi respeto se mantuvo intacto. Cumplió los veinte, treinta y cuarenta años y aún estaba en plenitud de forma, sus entrañas eran eco y testigo de buenas y malas épocas, abrir su alma te podía alegrar o hacerte llorar, pero ahí seguía desafiando el tiempo como tributo de un pasado glorioso y de un triste presente, vació o lleno pero seguía imponiendo su necesidad de existir.

Hace poco tiempo recibí la noticia del fin de sus días, no pudo con el implacable tiempo y sus años gloriosos ya habían pasado, sentí nostalgia y pena, su frialdad espiritual ya no estaba pero en mi recuerdos tendrá su lugar.

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